Me atrevo a decir que Shanghái es la ciudad más bonita del mundo. Habrá quien no esté de acuerdo pero, lo que sí es indiscutible es que, tiene el skyline más increíble del mundo. ¡Y qué día me tocó para verlo!
El día estaba soleado, aunque algo neblinudo, y hermoso y lo comencé con un tranquilo paseo en bici por la Concesión Francesa para buscar un cafecito y algo de comer; quería recorrer nuevamente sus calles tranquilas y arboladas y llenas de esquinas y lugares adorables. De ahí agarré el metro para cruzar la ciudad e ir al norte del Bund, el icónico paseo del río/malecón que ve hacia Pudong, la zona donde se encuentran los grandes rascacielos de Shanghái. Como ya es costumbre, me bajé una parada más allá para conocer zonas de la ciudad que no están en el mapa de nadie, lo que me llevó a una adorable colonia donde pude observar un rato la vida de los Shanghaiitas.
El North Bund es el pedazo de malecón que renovaron más recientemente y es entre parque y paseo; mide 2.5 km y conecta varias áreas nuevas de oficinas y residenciales. El malecón es ideal para ir a ver la vistas de Pudong – aunque las vistas más impactantes están en el Bund principal- porque tiene un ambiente mucho más relajado y casi solo hay locales disfrutando el lugar. Caminé un buen rato por ahí, en dirección al Bund mientras la niebla iba bajando lentamente. Mi caminata me llevó por un cacho hermoso de malecón del Suzhou Creek donde desemboca con el río principal y por la zona centro hasta Nanjing Road, una calle peatonal que te deja en el centro del Bund.
Para cuando llegué (que claro que hay mucha más gente y turistas y así, pero tampoco tantísima que ya era incómodo) el día estaba soleado y claro y las vistas se veían espectaculares. Me encantan los edificios de Pudong porque, además de tener cosas impactantes como la torre de Shanghái que mide 632 metros, el “abrelatas” y la hermosísima Perla del Oriente, tienen edificios increíbles y divertidísimos -no tan limitados por la estética occidental, que es borderline aburrida-: dorados, con picos, con mundos, con cúpulas, etc.
Un buen rato después -porque esas vistas no cansan- crucé a Pudong para ir al Museo de Arte de Pudong que se encuentra sobre el malecón de ese lado. El museo es relativamente nuevo – inauguró en 2021- y, aunque este es privado, es parte de la apuesta que está haciendo la ciudad por convertirse en un polo de arte y cultura. Para asegurarse de tener un museo de clase mundial se aliaron por tres años con el Tate de Londres para aprender de ellos -en plan consultores y guías- y a partir de este año ya se quedan como dos instituciones que colaboran. Había 4 exposiciones, todas increíbles: una co-curada con el Tate sobre el paisajista Turner en diálogo con artistas contemporáneos, una pieza enorme comisionada por el Tate pero que empieza su gira por el mundo -antes de llegar al Tate- aquí en Shanghái de El Anatsui, un artista ghanés, una espectacular -curada internamente- sobre Cao Fei, una de las artistas contemporáneas chinas más importantes, y una experiencia de realidad virtual hermosa sobre la muerte de Van Gogh (con el museo de Orsay) -nunca había hecho algo de VR y menos de arte, estuvo padrísimo y adorable-.
Después de horas en el museo regresé a la Concesión Francesa (me estoy quedando con Nacho, en su lindísimo depa, ¡gracias, Nacho!) y cené un sushi -buenazo- por acá.















































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