De wontons y templos perdidos

Los domingos son para dominguear, y yo tenía planeado un día tranquilo: un parque en la montaña, un museo de la revolución y caminar tantito. A eso del medio día, mi día no iba ni remotamente como lo había planeado.

Empezó todo muy bien, llegue a Eiling Park, un parque en la cima de la montaña de mi península que parece ser un clásico dominguero. Conmigo, (a pesar de que el día estaba bastante gris) la gente iba a llegando a pasar el rato; había puestitos de feria con comida y juegos para niños. Todo muy lindo y con unas vistas espectaculares, pero según mi información el parque era mucho más grande que lo había recorrido. Efectivamente, muchos cachos del parque estaban en remodelación y después de dar una larga e infructuosa vuelta entre millones de escaleras que claramente estaban en obra y medio me colé -quería llegar a otra estación de metro- acabé regresando a mi estación inicial. Finalmente no estuvo mal, porque mi plan era ir en metro al museo de la revolución y el metro inicial supuestamente me dejaba bastante cerca. Y nótese el “supuestamente” porque de nuevo acabé en una larga caminata (increíble porque iba por el acantilado abajo del puente) que estaba cerrada hacia el punto que iba y tuve que regresar todita y volver al metro. Finalmente llegué al museo y no pude comprar boleto porque la app no funcionaba sin celular chino. Pude haber intentado más o buscado una taquilla, pero en ese punto estaba muy de malas y hambreada y me quería regresar a mi hotel.

Por suerte, me encontré con un lugar de wontons -literal en el punto que iba a pedir mi Didi para regeresar- que me volvieron a la vida. Estaban deliciosos y picosos y eran miles. Justo lo que necesitaba. Empecé a ver con nuevos ojos la zona en la que estaba, y realmente era una zona residencial hermosa -bastante fancy- entonces decidí caminar un rato por ahí (hasta encontrar una nueva estación de metro). Me encontré con un par de parques muy lindos, una librería increíble y cafecitos y tienditas muy de los locales. Justo en el punto de la estación, en la montaña, se veía una serie de escaleras eléctricas que me llamaron mucho la atención; viendo el mapa realmente no parecían llegar a ningún lugar pero de todas maneras me animé a explorarlas -a pesar de mis improductivas caminatas del día-. A media ruta salía un caminito que cruzaba la montaña y, en vez de seguir subiendo (nunca sabremos qué había arriba), decidí seguirlo.

Y como Narnia, aparecí en un templo perdido entre la montaña y la ciudad, y no cualquier templo, un templo hermoso y lleno de vida. Estuve un buen rato ahí, disfrutando el lugar, viendo a la gente y tomando fotos. Antes de terminar el día decidí caminar un poco más por la zona de mi hotel -era mi última noche en Chongqing- donde me encontré con un cacho de muralla perdido por ahí, recorrí un mercado nocturno y finalmente cené un muy merecido pato pequinés.


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