Chongqing está resultando ser una ciudad llena de sorpresas, y hasta lo que tenía planeado hacer me acaba sorprendiendo. Comencé el día visitando una de las plazas más icónicas de la ciudad, donde se encuentran el Great Hall of the People -un importante foro construido en 1954- y el Museo de las Tres Gargantas, el más importante de la ciudad – de arqueología e historia-. Para aprovechar un poco más la ciudad, algunas veces me bajo una parada antes de lo que me tocaría en el metro, esto me lleva por callecitas y zonas que no necesariamente están en la ruta de los turistas y es más fácil ver la vida de los locales. Claro que con esta “estrategia” me ha salido el tiro por la culata en más de una ocasión y he acabado caminando en medio de la nada, pero, por suerte, este no fue el caso; caminé por una zona residencial llena de mercados, con edificios entre escalonados, con patios y descansos en distintos niveles que se iban armando como legos.
Después de estar un rato en la plaza, que todavía no entiendo cómo cupo entre tanta colina, crucé por una serie de túneles media montaña que me conectaron con una de las líneas de metro -que realmente es un tren elevado en la mayoría de su ruta- más locochonas de la ciudad. Esta línea bordea riberas pegada a los acantilados, cruza montañas a través de largos túneles, se mezcla con autopistas y puentes, y atraviesa zonas densamente pobladas, aprovechando hasta el último metro cuadrado de espacio libre, y en más de un punto ¡cruza entre edificios! Me detuve en la parada Liziba, que ya es una atracción turística a ver uno de esos cruces; de hecho la estación está adentro del edificio, que es en parte comercial y más arriba residencial. De locos.
Era momento de salir de mi pequeña península y cruzar el río a la zona norte de la ciudad. Dos cosas me llevaban hacia allá: el Gran Teatro de Chongqing, que había visto el día anterior a través del río, y un restaurante de hot pot en una zona residencial que había visto en TikTok (no acostumbro hacer estas cosas “virales”, pero este sí no lo podía dejar pasar -además le dediqué horas a ubicarlo con precisión). Primero, en el teatro estuve un buen rato tomando fotos y disfrutando el día en la explanada, que estaba hermosa y con unas vistas espectaculares. De ahí me fui al restaurante, que está en una zona bastante residencial más al norte.
El hot pot es EL platillo de Chongqing ( y están muy orgullosos de él): consiste en un caldo hirviendo -que se cocina en el centro de tu mesa- al que ponen muchísimas especias, aromáticos y chiles (y grasa -no es un caldito ligero-) y seleccionas comida a granel para cocinar en él – carnes, pescados, verduras, tofu-. Conforme avanza el tiempo va agarrando más sabor de la base del caldo y se mezcla con los jugos de lo que vas cocinando en él. Está delicioso y picoso y divertidísimo.
De todos los lugares de hot pot en Chongqing escogí ese porque es un búnker reconvertido en restaurante -lo que lo volvió viral en redes-. Como había platicado, Chongqing fue la capital durante la segunda guerra mundial, y fue fuertemente bombardeada por los japoneses. Para proteger a la gente, construyeron una serie de búnkers entre sus colinas. Ahora, por lo visto, los están reconvirtiendo en distintos espacios. Este restaurante es una locura, son 206 mesas (están numeradas) como en 500 metros de túnel que atraviesa una colina entera. Fui a deshoras, entonces habíamos poquitos en el restaurante, pero se ve que estaban preparados para recibir a todas las mesas a la hora de cenar.
Al salir del restaurante, entre las colinas, me encontré con uno de los parques más bonitos que he visitado en mi vida: frondoso, lleno de caminos y rutas, con laguito e instalaciones varias increíbles. Verdaderamente inesperado.Paseé un buen rato por ahí, viendo a los locales disfrutar sus espacios (y bajando la comida, que no estuvo ligera). Salí por otro lado del parque lo que me permitió ver un rato más la vida residencial de Chongqing, entre sus altos edificios e infraestructura de locura. Antes de terminar el día, visité el distrito financiero, que me quedaba cerca en metro, donde recorrí un rato más sus áreas comerciales y disfruté las vistas nocturnas de la ciudad.
¡Me gusta esta vida entre colinas y ríos!





























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